Salí a caminar llevando sobre mis hombros el peso una pregunta que no pude responder “¿Por qué haces esto?” me preguntaste y no supe que decir. Quizás esta noche, bajo el tenue brillo de esta luna perezosa pueda encontrar una respuesta digna o al menos una respuesta original.
El guiñar de las viejas farolas, el olor a aceite quemado de los colectivos, la intermitencia de los semáforos y la notable ausencia de la fauna urbana conforman un cóctel indispensable a la hora de pensar.
Una banca solitaria sale a mi encuentro, me corta el paso y me invita a pensar sobre sus añejas y despintadas tablas. Accedo sin chistar, enciendo un cigarrillo y mi cerebro dispara sin piedad sobre mí la misma pregunta.
– ¿Por qué haces esto?
– Porque la quiero – respondo sin dudar.
– ¿Por qué la queres? – indaga una vez más.
– Porque es especial.
– Seguí caminando quizás encuentres una mejor respuesta en la próxima esquina.
Sigo caminando sin rumbo fijo, unas calles más adelante un semáforo en rojo me obliga a detenerme. En la esquina del frente una casona tan antigua como maltratada hacía lo posible por mantenerse en pie, resistiendo, a pesar de las grietas que el tiempo abrió en sus paredes.
– ¿Por qué haces esto? – volvió preguntar.
– Porque la quiero – respondí una vez más.
– ¿Por qué la queres?
– Porque así lo siento. – respondí titubeando.
– Mejor sigamos caminando. -
Vuelvo a retomar mi rumbo desconocido y otra banca solitaria aparece delante de mí, empiezo a pensar que ya he estado en este lugar. Me siento una vez más y un perro se acerca lentamente a mí con cierta desconfianza, es un perro de no más de tres años pero parece que la vida no lo ha tratado del todo bien. Flaco, repleto de pulgas y con los ojos inundados de tristeza es el fiel reflejo del alto precio a pagar cuando se le confía el corazón a cualquiera. Chasqueo mis dedos para invitarlo a mi lado, este se acerca temeroso, pongo mi mano sobre su lomo y lo acaricio varias veces. Me sorprendo al ver que en pocos minutos ya toma confianza y mueve la cola en señal de agrado, esto me hace pensar en que a ambos nos basta con sólo una caricia para olvidarnos del pasado y volver a confiar.
– ¿Por qué haces esto? – preguntó mi cerebro.
– Creo que ya tengo la respuesta.
– Me gustaría escucharla.-
– ¿Te acordas de la casona antigua?
– Por supuesto ¿Qué tiene que ver con esto?
– Mucho. Esa casona sigue en pie porque tiene buenos cimientos y lo va a seguir estando eternamente sin importar cuantas grietas haya en sus paredes porque la base es sólida.
– Sigo sin entender.
– Mi amor hacía ella tiene cimientos tan fuertes como los de aquella casona, podrán sus paredes agrietarse pero jamás se vendrán abajo.
– Buena respuesta, son cimientos compuestos por: confiar, creer, sentir y dejarse llevar ¿No?
– Exacto.
– ¿No son acaso esas mismas creencias las que llevaron a este perro a la ruina? Digo si le prestas atención al pobre por creer y confiar lo hicieron pelota.
– Pero mira como mueve el rabo a la mínima muestra de afecto, esto quiere decir que no existe daño irreparable y que no siempre lo que se deja ver por fuera es tan malo como parece.
– ¿Me estas tomando el pelo?
– Sus heridas son por vivir y no se puede vivir sin errar, pecar, herir o ser herido. Es la sal de la vida. Mil patadas le han dado y aun así no aprende a desconfiar.
– ¿Es amor?
– Es amor.
– ¿Y que serias capaz de hacer por ese amor?
– Todo, inclusive aquello que no quiero hacer.
– ¿Incluso alejarte?
– En caso de que me lo pida lo haré sin dudar, no quiero ser un estorbo.
– Sólo me queda hacerte una pregunta… si esa casona antigua y este perro mal herido se te asemejan ¿En que lo hace esta banca solitaria?
– Esta banca solitaria es el lugar a donde vengo a pensar antes y después de tropezar.
– Entonces aquí te espero.
– Hasta que volvamos a vernos entonces.
– Así es… hasta el próximo tropiezo.
“Pide lo que quieras y por ti lo haré realidad, pide que me desvanezca y por ti me desvaneceré”
Juan Cruz Portela
No hay comentarios:
Publicar un comentario